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San Pedro era natural de Betsaida, aldea del lago de Genezaret. Después de la resurrección de Cristo, asumió la dirección de la Iglesia. Se trasladó de Jerusalén a Antioquía y fundó su comunidad cristiana. Posteriormente fijó su residencia en Roma. Falleció tras haber sido martirizado por defensa de la nueva fe. Pero, ¿cómo comenzó su vida cristiana?
San Pedro se hacía llamar Simón, era un pobre pescador de Galilea y vivía en Cafarnaúm, en casa de su suegra. Era un hombre sencillo, poco instruido y vivía de su modesto oficio.
Su hermano, San Andrés, también pescador, fue quien lo llevó al Divino Maestro. Cuando Jesús comenzaba a escoger a sus discípulos fue Andrés quien se le acercó a Simón y le dijo:
«Ven, Simón, que Jesús ya me conoce, y quiero que te conozca a tí». Cuando él presentó delante del Salvador, éste le miró largamente y le dijo: «Simón, hijo de Jonás, de ahora en adelante te llamarás Pedro».
Con este cambio de nombre, Jesucristo lo hizo su nuevo discípulo. Y desde aquel entonces lo trató siempre con distinción delante de los otros, como había querido significar con el nuevo nombre. Pedro significa piedra y, en efecto, Jesús le distinguió ya enseguida como Piedra fundamental de su iglesia y Cabeza del Colegio Apostólico. Por voluntad del Señor, la figura de Pedro se va destacando cada día más entre los Apóstoles. Él es quien recibe de Jesucristo más demostraciones de familiaridad y confianza.
Un día Jesús subió a la barca de Pedro y le mandó ir mar adentro para echar las redes de la pesca.Pedro le hizo notar que él y sus compañeros lo habían intentado toda la noche; pero añadió: «Ya que Tú me lo dices, echaré las redes».
La pesca fue tan abundante que las redes se rompían. Aquel milagro conmovió a todos los pescadores y Pedro, asombrado, se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que yo soy un pobre pescador». Él le animó con estas palabras: «No temas, serán hombres los que tú pescarás de ahora en adelante». Y dirigiéndose también a Juan, Santiago y Andrés, añadió: «Síganme. Yo los haré pescadores de hombres». Desde entonces, los cuatro discípulos ya no dejaron ni un solo día de seguirle por todas partes.
En otra ocasión, cuando Jesús ya había reunido los doce Apóstoles, quiso quedarse solo en tierra para pasar la noche en oración, mientras ellos se embarcaban para atravesar el mar de Galilea. Hacia la madrugada se levantó fuerte viento y se desencadenó una tempestad de oleaje que los ponía en peligro. Cuando estaban más espantados, Jesús se apareció sobre el mar, caminando hacia ellos. De momento no lo conocieron y empezaron a gritar: «¡Viene un fantasma, viene un fantasma!».
Pero el Señor los tranquilizó diciendo: «Soséguense, soy yo, no tengan miedo». Pedro le dijo: «Si eres Tú, manda que yo vaya hasta Tí sobre las olas». Jesús se lo ordenó y Pedro se lanzó al mar caminando sobre las aguas ante la admiración de todos. Pero sopló una ráfaga de viento y las olas se encresparon vivamente, y a Pedro sintió que se iba a sumergir. «¡Señor, sálvame!», gritó con gran terror. Jesucristo se acercó, le agarró la mano y riñó dulcemente: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?». Después sube a la barca de Pedro y en un instante se calmó por completo la tormenta.
Cuando Jesús, predicando en Cafarnaúm, prometió el alimento eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, casi todos los oyentes se extrañaron y se marcharon sin querer oírle más, diciendo: «¿Quién puede oír semejante cosa?». El divino Maestro se quedó con los doce Apóstoles y les preguntó: «¿Qué? Os queréis ir también vosotros?». Pedro, en nombre de todos, respondióle: «¡Señor! ¿A dónde iremos? Tú dices palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que eres el Cristo, el Hijo de Dios».
El hecho capital de la vida de San Pedro es la institución del Primado pontificio. Caminaba Jesús en compañía de los doce Apóstoles hacia Cesarea de Filipo; De repente les preguntó: «¿Qué dice de Mí la gente? ¿quien dicen que soy?». Le respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista resucitado, otros que eres Elías, o Jeremías o uno de los profetas». Y Jesús dice: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Entonces, San Pedro dice con entusiasmo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», Complacido Jesús de esta respuesta tan pronta, inspirada por el Cielo, dijo a Pedro: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne o la sangre [es decir, el mundo], sino el Padre celestial». E inmediatamente le proclama Cabeza de los Apóstoles y de toda la Iglesia: «Yo te digo, que tú eres Pedro [piedra], y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno [esto es, las fuerzas de sus enemigos] jamás prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del reino de los Cielos: todo lo que ligares en la tierra, será ligado en el Cielo y todo lo que desatares en la tierra, en el Cielo será desatado».
San Pedro, San Juan y Santiago eran los discípulos más amados de Jesús. Muchas veces le acompañaban sólo los tres, sin los otros Apóstoles. Jesús les dio pruebas grandísimas de su predilección. Una de ellas fue llevarlos a la cumbre del monte Tabor y transfigurarse delante de ellos, volviéndose resplandeciente como el sol y con las vestiduras blancas como la nieve. Y en momentos antes de Su Pasión, les pidió lo acompañaran al huerto de Getsemaní.
Aunque ya en La Pasión Pedro cometió un pecado moral al negar a Jesucristo tres veces antes que cantara el gallo, lo cual fue muy doloroso para el apóstol, el Salvador lo perdonó después de su Resurrección tras aparecérsele a Pedro.
Más tarde, Jesús brindó otra gran prueba de amor al apóstol, confirmándole en el Primado de la Iglesia. Poco antes de la Ascensión, se encontraban los apóstoles en la playa del mar de Galilea y tras otra pesca milagrosa, preguntó Jesucristo tres veces seguidas a Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que los otros?». A las dos primeras respuestas afirmativas del Apóstol, el Salvador respondió: «Apacienta mis corderos». La tercera vez, extrañado Pedro por la insistencia, contestó: «¡Señor, Tú sabes que yo te amo!». Y le replicó Jesús: «Apacienta mis ovejas».
De este forma el Príncipe de los Apóstoles quedó investido de la suprema potestad de regir toda la Iglesia: los fieles, figurados por los corderos; los sacerdotes y obispos, figurados por las ovejas de Jesús.
A la mañana siguiente de la Ascensión de Jesucristo, Pedro comenzó a ejercer la dignidad y el oficio de primer Papa. En el Cenáculo presidió a los discípulos durante aquellos días en espera del Espíritu Santo. Asimismo, dirigió la elección de San Matías, que había de ocupar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. En Pentecostés inauguró la predicación del Evangelio, convirtiendo en la misma Jerusalén a tres mil personas.
Al cabo de poco tiempo hizo el primer milagro, curando a un paralítico en el nombre de Jesús, a las puertas del templo de Salomón. Inmediatamente y en vista del prodigio se convirtieron cinco mil personas más y pidieron el Bautismo.
San Pedro murió mártir en Roma, donde fue el primer Obispo durante veinticinco años. Antes de establecerse en la Ciudad Eterna había dirigido la iglesia de Antioquía y había realizado numerosos viajes para visitar las diócesis que se iban fundando y así organizar a toda la naciente Iglesia. Era el año 67 cuando fueron presos San Pedro y San Pablo, por orden del emperador Nerón. Ambos fueron conducidos al suplicio el 29 de junio. San Pablo fue decapitado, mientras que el primer Papa (San Pedro) moría crucificado, cabeza abajo, en el mismo lugar en que hoy se venera su glorioso sepulcro y se eleva la magnífica Basílica vaticana.